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No sólo de libros…

No sólo de libros se alimenta mi alma sino de televisión basura también.

Reconozco que cuando me siento en la tele es para descansar. Hay muy buenos programas, no lo niego, y a veces los veo. Hay programas de libros también, pero cantan a peste publicitaria editorial. Son lentos, son aburridos e insulsos, como si los que leyéramos no supiéramos tomarnos una copa o echar un polvo. Son deprimentes. Casi son lo más triste de la televisión: invitan a no convertirse en uno de esos grises lectores gafosos.

Lo más cutre y estereotipado: Página 2 o experimentos parecidos de Dragó. Si queréis que un niño deje de leer y empiece a irse de discotecas o consumir cocaína, ponerle programas de literatura en la televisión.

Para desconectar del todo, del todo:  peeling de neuronas, matemos las células muertas, renovación neuronal,  la parrilla de programación basura viene cargadita, cargadita…

Anoche ví como a una modelo, un aristócrata, una deportista y un par de majaderos más, los dejaban en la calle vestidos de mendigo a que se buscasen la vida para que nos pongamos en la piel de los invisibles sin techo.

Más allá de la ética que les  permite agotar las buena intenciones de los madrileños con estos falsos mendigos, se trata de un experimento curioso (y morboso) que finalmente desata las risas de más de uno (entre los que desgraciadamente me cuento: cuánto mal ha hecho la LOGSE) ver a una Mazagatos educadísima pidiendo una naranja o comiéndose una pizza que «se habrá dejado algún niño»

En canal aparte, mi ansia de telemierda se ve recompensada momentáneamente: una horda de petardas mal teñidas, mal pintadas, mal vestidas y peor habladas trataban de ligarse a un señor de plástico con alopecia que va vestido de juventudes del PP, y habla como si tuviera una p…elota en la boca.

Y hoy es lunes y hay ni-ni, que es un hallazgo de lo mejor…

La parrilla viene cargada de lindezas.

Mañana seré un cerebro renovado.

Divagaciones desordenadas en torno a Pitol

Tengo la manía casi supersticiosa de no leer los prólogos de los libros. Ni las contraportadas, ni las notas de autor, ni reseñas demasiados sesudas tampoco.

Nada, mejor nada… Procuro que la obra me llegue «virgen».

Es muy difícil no tener una idea preconcebida del chico más fresco del barrio después de haber oído las mil historias que por ahí contaron las vecinas. Te entregas sólo a medias advertida del peligro. Aunque cuando se es una incauta como yo, no viene mal tener algunos datos para no encontrar sorpresas.

De todas formas, creo no ser la única a quien le gusta enfrentarse a la obra desnuda, sin ninguna aclaración, sin pretextos. Prefiero dejarme llevar por mis propias impresiones en el encuentro.

Digo todo esto, porque al no haber leído nada acerca de la Trilogía de la Memoria -y haberme guiado únicamente por el instinto de mi propio capricho lector- me dí de bruces con una obra que no resultó ser para nada lo que yo pensaba.

¿Arrepentida?

Noooooo, en absoluto.

Reconozco que no es el tipo de obra que esperaba encontrarme y aunque creo que debería haber empezado por otro libro a conocer a Pitol, ha sido una lectura compleja, reveladora, fascinante…

La Trilogía de la Memoria, compuesta por El arte de la fuga, El viaje y El mago de Viena, tienen en común a su personaje principal, la Literatura y a su personaje secundario y narrador de los hechos, a su propio autor Sergio Pitol.

La primera parte de la trilogía, El arte de la fuga es una autobiografía lectora en donde se reseñan y revalorizan sus grandes hallazgos, sus contactos con escritores, sus traducciones…

Esta primera parte he de reconocer que me resultó un poco «culterana», no por supuesto el estilo ni la escritura de Pitol, que resulta de una honradez y una humildad adorables, sino el contenido.  Mi sentimiento de imbecilidad, mi falta de conocimiento de muchos de los libros que allí se mencionaban, mi falta de viajes, mi falta de neuronas, también me llevó incluso a irritarme con el autor, sentimiento que se fue disipando conforme avanzaban las páginas.

En palabras del propio autor es El arte de la fuga

[…] una summa de entusiasmos y desacralizaciones que a medida que transcurre se convierte en resta. Los manuales clásicos de música definen la fuga como una composición a varias voces, escrita en contrapunto, cuyos elementos esenciales son la variación y el canon, es decir, la posibilidad de establecer una forma mecida entre la aventura y el orden, el instinto y la matemática, la gavota y el mambo.  En una tecnica de claroscuro, los distintos textos se contemplan, potencian y deconstruyen a cada momento puesto que el propósito final es una relativización de todas las instancias. Abolido el entorno mundano que durante varias décadas circundó mi vida, desaparecidos de mi visión los escenarios y los personajes que por años me sugirieron el elenco que puebla mis novelas, me vi obligado a transformarme yo mismo en un personaje […]

En El arte de la fuga, el personaje de Pitol echa el cierre de la narración asombrado ante los acontecimientos de Chiapas y hacia algo más:  el manejo del lenguaje del Subcomandante Marcos.

En la segunda parte de la trilogía, El viaje, acompañamos a Pitol  a Rusia, desde los preparativos y los pensamientos que lo motivan a ponerse en camino hasta sus sueños, recuerdos e  impresiones que lo acompañan en destino.

Nos entrega sus conversaciones, sus visitas, sus encuentros y cada uno de los lugares que pisa, se nos ofrece él mismo en medio de un vendaval en el que no puede separarse la vida creativa de Pitol de la vida en sí misma, puesto que ambas son una misma.

Resultan de una fresca honestidad y una franca sabiduría sus notas, diario y sus reflexiones creativas, que ostentan lo que algunos llaman  «la humildad del genio».

Se acude sobretodo en esta parte a un encuentro, un idilio, una concepción y un alumbramiento. Sólo que esta vez la historia de amor se da  entre Pitol y una idea.

Y Pitol nos permite asistir a esa germinación creadora que siente inicirse y que cada nuevo acontecimiento parece propiciar y favorecer.

La tercera parte, El mago de Viena, en la misma línea del comentario literario y la re-lectura nos habla de inspiración, de grandes maestros, de creación… En suma, de todo lo que Pitol es, yo diría que es la parte más autobiográfica, aunque siempre lo fue, y nos encoge el corazón haciéndonos saber    -mediante un diario- de sus actuales vicisitudes de salud, para cerrar con una afirmación rotunda:

Antonio Tabucchi comentó una vez que Carlo Emilio Gadda invitaba a desconfiar de los escritores que no desconfian de sus propios libros.

Hiromi Kawakami de regalo

Mi amiga CNP me hace llegar libros que si no fuera por ella jamás conocería.

Este año me hizo llegar uno titulado «El cielo es azul, la tierra blanca. Una historia de amor».

Hay algo en común en todos los libros que recibo de ella.  Siempre son bellos, siempre son tiernos, siempre están lejos de la prosa escabrosa, violenta, brutal, que yo suelo leer,  siempre son libros que le reconcilian a uno con la vida.

No hay crítica posible a un libro así. Sólo diré que se habla aquí de mucho más que de una historia de amor. Se habla de la vida, de la soledad, de la muerte, del espacio que compartimos accidentalmente, del encuentro…

Es mucho más que el encuentro de dos, lo que aquí se cuenta. No tenemos entre manos una novela romántica.

Recibió el premio Tanizaki, y narrado en primera persona por su protagonista Tsukiko, una mujer de 38 años independiente y compleja, nos desvela el acuerdo tácito entre dos personas de compartir la soledad.

Está escrito en una prosa desnuda, intimista, alejado de artificios y ñoñerías, y posee una frescura tan fuera de lo normal que uno cree haber violado la intimidad del diario real de una persona.

Me gustan esos libros en los que uno, al llegar al final, cree haber asistido a una sesión de confidencias. Me gusta seguir preguntándome si esto que cuenta Hiromi le pasó de verdad.

No puedo ni quiero decir nada más. Es un libro para el que no hay adjetivos, es un libro difícil de definir.Es un libro que enamora, y como todos sabéis, cuando uno está enamorado no puede entregar los sentimientos a definiciones parcas.

No me siento, pues, en disposición de dar explicación a las sensaciones que deja este libro.

Sublime el tono, sublime la forma, sublime el lenguaje, para contar una historia que no brillaría tanto de haber sido puesta en otras manos.

Un libro excepcional, aunque lo haya  reseñado de manera tan mediocre. La capacidad de la autora y de la obra superan mi minúsculo talento en el empeño de esta crítica.

Así que acepten mis disculpas, y acepta Cristina mi AGRADECIMIENTO, en mayúsculas, por hacérmelo llegar.

De traducciones y Herta Müller

Simple casualidad.

Elijo un libro para conocer a la Nobel de este año y resulta ser el primer libro publicado de esta todo-terreno rumano-alemana. (Cuántos nombres compuestos!!!)

Ese libro es En tierras bajas y partió hacia el público censurado bajo la atenta mirada del régimen de Nicolae Ceauşescu en el año 1982, cuando tenía la Müller apenas 30 años.

Busco todos estos datos porque me ha costado un gran esfuerzo entrar de lleno en la narración. Obviamente (¿cómo poner en duda a un Nobel de Literatura?) no lo he comprendido adecuadamente o la traducción (¡ay las traducciones!) no es del todo acertada.

Traducir es arriesgado.

Las lenguas no son simples códigos comunicativos. Subyace en ellas toda una visión particular del mundo; una forma cultural y hereditaria de comportamiento ante los mismos fenómenos que no rompe fronteras, sino a veces todo lo contrario. La magia de una cultura implícita en la forma de verbalizar las cosas, es, en mi opinión, intraducible. Las condiciones sociales, las condiciones políticas, el ambiente anímico de un pueblo, sólo se pueden intuir. Imposible traducirlas.

Pienso, por tanto que tal vez ese ha sido mi problema con este libro. Lo explicaré más despacio.

Primer problema:

Se me hizo difícil descubrir si me encontraba ante una recopilación de relatos o ante una novela facetada.  La partición de este libro se asemeja a uno de esos poemarios temáticos en los que distintos poemas son reincidentes en una misma conclusión. Me pregunté incluso si la edición que tomé podría estar aún censurada o si era la completa… Espero y supongo que no hay censura en la obra que leo, aunque ya se sabe, la censura habita incluso en uno mismo cuando las circunstancias se imponen.

Segundo problema:

El lenguaje es a ratos tan poético que no me parece apropiado para una narración. Tal como en la edición de Siruela advierten«destila una intensa calidad poética con la fuerza de sus imágenes casi oníricas». El licor resultante abusa de graduación poética en mi paladar. Tanto que me ha dejado una resaca confusa, unos recuerdos extraños acerca de lo que ocurrió.

[*Advertencia nº1: No soy yo quien dice que no resulte apropiado ese uso de la metáfora, más si cabe cuando ese uso de lenguaje procede supuestamente de un alma infantil. Sólo digo que para mi entendimiento (subnormal) fue en detrimento de la narración.]

Problema tres:

Aunque no soy lo suficiente aguda para encontrar ejemplos, habrá en el uso del lenguaje de estas narraciones no pocas indirectas y eufemismos que yo no reconozco ni puedo imaginar.

Tres problemas cuento, por tanto, más otros tantos que ni siquiera habrán sido por mí identificados a la hora de enfrentarme a la opinión que  me deja este Tierras Bajas.

Y como ya digo, es confusa como cuando he querido terminar rápidamente un asunto incómodo en la oficina, y me queda la duda de si lo he resuelto bien. Tenía ganas de acabar.

El recurso de la mirada infantil de los hechos, por otro lado, no suele convencerme.

Será porque soy una inmadura pero tengo aún muy presente mi faceta de cría. Recuerdo muy bien mis pensamientos, mi forma de ver las cosas y a mí misma y eso me hace buscar (puñeteramente) errores de conceptualización de la infancia. Pondré un ejemplo. En el relato Crónica de pueblo, uno de los que si no  más me ha gustado, más me ha divertido, una niña pasa revista a los acontecimientos del pueblo y sus distintas formas de enunciarlos.

El recurso es más o menos así:

Junto a la plaza del mercado queda el Consejo de pueblo, que los habitantes denominan casa consistorial. […]

[…] el alcalde, que en el país se llama juez […]

[…] alcohólicos, que en el pueblo se llaman borrachines[…]

[…] débiles mentales -lo que en el pueblo se llama gente decente- […]

No sé a ustedes, pero a mí me parece que la niña sabe demasiado…

Así pasa en muchas narraciones que se dejan a cargo de niños. No sólo en ésta de Herta, sino en muchas otras miradas de la infancia de muchos otros autores, se pone en los niños un deje de madurez, que ni yo a mis casi treinta. Suenan demasiado astutos o poéticos o bien hablados…  Demasiado poco ingenuos, en definitiva.

Me ha resultado sin embargo acertado el narrador infantil  (y sus conocimientos, psicología, comportamiento, sobretodo su verbalización e introspección) en el relato que más me ha gustado. Probablemente del único que me quedó una impresión concreta, Peras Podridas, en el cual se cuenta una infidelidad de primer grado según la tímida y absoluta percepción de un niño.

Es también (probablemente) el relato menos poetizado del compendio y el más brutal y acertado en cuanto a mi percepción como lectora, al menos.

En fin, que como un grande que me acabo de encontrar, que tiene un blog que se llama «3 cagadas bajo un piano» en catalán es decir, «tres cagallons baix  d’un piano» a mí también me ha dejado un poco fría.

Habrá que darle otra oportunidad a Herta… ¿O no?